viernes, 25 de febrero de 2011


 De pequeña quería ser princesa.

Recuerdo que solía decirlo así como quien dice que quiere ser azafata o secretaria, para mí ser princesa significaba ser femenina, guapa, buena y encontrar  a una persona con quien compartir la vida, encontrar el amor...y ser feliz, sobretodo quería ser feliz, porque antes del colorín colorado siempre iba: "y fueron felices y comieron perdices", eso si, eso de comer perdices me parecía una solemne tontería, yo no quería comer perdices, yo quería comer ...

¡¡¡¡¡jamón de pata negra!!!!!

Cuando tenía unos diez años fui elegida para interpretar a la princesa de un cuento que se llamaba "la princesa maleducada", representábamos la obra en el patio del colegio, unas veces para unos cursos y otros para otros, en una de las escenas tenía que saltar y colgarme de mi padre el rey, en señal de cariño y alegría, y ahí, delante de un montón de compañeros el vestido que llevaba, (que por cierto era el de mi primera comunión), se subió más de la cuenta y todos pudieron ver mis ...
 bragas.

A partir de ese día me hice muy popular en el colegio, pero yo no quería ser popular, yo quería desaparecer, yo quería dejar de escuchar risitas y comentarios jocosos a mis espaldas.
A partir de entonces odié a las princesas.
Y pasé a darle la razón al gran poeta Joaquín Sabina, aquí en Madrid las niñas ya no quieren ser princesas.



Además la única manera factible que hubiera tenido de ser princesa era casarme con Felipe, y la verdad es que, aunque es más o menos de mi edad nunca me gustó, demasiado alto, demasiado rubio, demasiado pijo, de demasiada buena familia...


Pasaron algunos años y mis bragas pasaron de moda y una princesa apareció en el mundo con mucha fuerza, era la princesa Diana de Gales.


Todos decían que era guapa, yo ni entendía antes ni entiendo ahora donde podían verle la belleza, porque yo no se la encuentro ni debajo del cardado; que vestía bien, ¡dios mío!, pero si era horterísima....en fín, que me parecía que el mundo se había vuelto loco de remate.



Aquel verano fui a veranear a la playa de Estepona con mi familia y unos amigos. Uno de los días en los que estabamos sentados en el comedor del hotel mi amiga Paloma me dijo que con esa ropa que me había puesto me parecía a Lady di, ella pretendía ser amable, pero yo puse cara de furia, me levanté y muy solemnemente abandoné el salón muy indignada. Mi amiga se ganó una buena e injusta bronca y yo también, (aunque la mía de injusta no tenía nada). Hoy nos reimos al recordarlo. Diana, la princesa del pueblo, la princesa infeliz, murió huyendo de la prensa cuando parecía que comenzaba a encauzar su vida, ¡pobre rica!.


Pero aquí no acaban mis encuentros y desencuentros con las princesas, porque hace un par de años, estaba yo tranquilamente colocando y poniendo a punto la tienda donde trabajaba, cuando aparecio una mujer de trentaitantos años, yo la saludé y a los dos segundos apareció otra más mayor que me explicó que iba con ella. La más joven necesitaba un vestido para un acto público, el ambiente era relajado, conversamos e incluso bromeamos, hubo mucha complicidad, me pareció que echaba en falta ese trato y que disfrutaba con él, era inteligente, observadora y muy simpática. A los pocos días volvió a la tienda para arreglar el vestido que había elegido, esta vez yo no estaba, era mi día libre, pero si estaban la diseñadora, la modista y la encargada.
Unas semanas después una  tarde sonó el teléfono, era una voz de mujer, preguntaba por mi, nadie preguntaba nunca por mi, ¡¡¡¡yo era la nueva!!!!, al confirmarle que era la persona con la que quería hablar se identificó como  Letizia Ortiz y me hizo saber que llamaba para que yo, Estrella, supiera que el vestido había quedado perfecto y para  darme las gracias por todo.

 Este es el vestido de la diseñadora Lydia Delgado que eligió la princesa Letizia.

¡Y es que ser princesa a tiempo completo debe de ser un rollazo!, ¡mejor dejar salir de vez en cuando a Letizia Ortiz!, uno no debe olvidarse de sus orígenes, chapó por ella y su buen hacer, yo le deseo lo mejor, de corazón, aunque mucho me temo que no coincidamos en la idea de que es lo mejor, porque para mi lo mejor es... ¡¡¡la República!!!.

Y  fueron felices y comieron....


ricas viandas asturianas.


Y por último os quiero contar un secreto acerca de las princesas, para los que no lo sepáis ya os lo digo yo, las princesas, o por lo menos las infantas bailan rock.

¡O qué os lo creáis o no, las infantas bailan rock! Y a ritmo de fox trot me despido hasta la próxima.


Besos.

2 comentarios:

Vanesa dijo...

Jajaja muy bueno, yo de mayor quiero ser personal shopper o probadora de potingues pero como no soy princesa ni tengo príncipe me toca currar más que una enana para ver si saco algo en claro de todo esto.
Un besazo y genial post!

Estrella Checa. dijo...

Vanesa, no te hace falta príncipe, con tu trabajo, tu valía y tu saber hacer llegarás muy lejos.

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